La investigadora de la UOC Mariana Aldrete, en conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra próximo 25 de noviembre, hace una llamada a deslegitimar la violencia de género desde la narrativa
En América Latina, los agresores son enjuiciados solo en 2 de cada 100 casos de feminicidios
La violencia de género es actualmente una crisis de ámbito mundial. Sin embargo, la situación en América Latina es excepcional: 14 de los 25 países en el mundo donde más se cometen feminicidios corresponden a lugares de esta región, según indicó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) desde el Observatorio de Igualdad de Género en 2018. Argentina, México, Honduras, Guatemala, El Salvador y Perú son los países de la región que encabezan la lista. Esto no necesariamente quiere decir que Latinoamérica sea la región en la que más se asesinan a mujeres por violencia de género, al menos así lo explica Mariana Aldrete, investigadora del grupo Communication Networks & Social Change (CNSC), del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
“Muchas movilizaciones sociales comenzaron a hacerse visibles en la región. Aparecieron como células que luchaban por casos específicos, como los feminicidios en Ciudad Juárez, en México, hasta convertirse en colectivos y redes internacionales de cooperación que evidenciaban y visibilizaban cada vez más los casos de violencia contra la mujer en la zona. Incluso han logrado tanta influencia que han obligado a algunos gobiernos a reconocer la violencia feminicida como un problema social y a empezar a realizar mejores conteos de los casos“, añade la investigadora, experta en análisis de medios de comunicación, feminicidios, violencia de género, movimientos sociales y migraciones.
Según ONU Mujeres, esta violencia se caracteriza por la invisibilidad, la normalización y la impunidad. Para la investigadora Aldrete, “es el resultado de acciones persistentes de discriminación y violencia, pues antes de la privación de la vida existen otros actos de violencia, los cuales no solamente sufren las víctimas, sino también sus familiares”. Y es que la forma en que reacciona la sociedad ante las víctimas y los agresores tiene origen en ideologías y estereotipos en los que socialmente se cree en lo que “las mujeres deberían hacer” y en “cómo los hombres tienen permitido reaccionar”, pues la cultura y las costumbres son un factor muy importante en la permanencia del problema del feminicidio. “Antiguamente, la costumbre era que las mujeres permanecían en casa y se dedicaban al cuidado de los hijos, existía una relación jerárquica entre géneros”, sin embargo, eso ha cambiado, lo que ha ocasionado que esa jerarquía se ponga en duda “y que algunos hombres, para sentirse nuevamente respetados, recurran al uso de la violencia”, agrega Aldrete.
Pero ¿de dónde provienen las normas que nos dicen lo que podemos hacer?
Las altas tasas de feminicidio están relacionadas con la falta de una justicia eficaz y de actuación de las autoridades en el momento de aplicar las legislaciones y de proteger a las víctimas. Los agresores son enjuiciados solo en 2 de cada 100 casos, según CEPAL, lo que genera que cometan los crímenes con impunidad o fomenten la criminalidad.
Y aunque con el tiempo ha ido cambiando la dinámica y se han desarrollado acciones con la idea de eliminar todas las formas de violencia contra la mujer, algunos estudios señalan que las ideologías se perpetúan a través de los discursos privados y públicos, como el político, el legal y el mediático, narrativas en las que se encuentran tanto la culpabilización hacia las víctimas como la justificación de los agresores. “El hecho de mencionar en los discursos que era tarde en la noche, sin necesariamente señalar que la mujer es la culpable, deja que sea la audiencia, permeada de ideologías y una cultura, la que saque sus propias conclusiones, de una u otra forma implícitas”, explica la investigadora.
Aunque estas violencias ya existen, la normalización de las violaciones es un proceso que se lleva a cabo mediante la comunicación tanto privada como pública, pues a través de las historias se explican las causas de la violencia de género, las consecuencias de los actos de las mujeres o se naturalizan las reacciones de los agresores como parte del sentido común. Es por esto por lo que los medios de comunicación tienen el poder de reforzar creencias y dar forma a la opinión pública, y ayudan a sostener ese tipo de ideas para que permanezcan.
“Más allá de evitar narrativas de culpabilización de las víctimas o justificación de los agresores, los medios de comunicación deben enfocarse en deslegitimar todo tipo de violencia de género y señalar que estos actos no son aceptados en sociedad, porque lo que queremos es evitar los feminicidios, no señalar que es algo horrible que está pasando y nada más, y los medios de comunicación en ese sentido pueden hacer mucho”, concluye la investigadora.