El 39,2% de pobreza que midió el INDEC supone la suma de un millón de personas en un semestre. Por la crisis económica, el índice tiende a empeorar.
Más de un millón de nuevos pobres en un semestre: ese es el doloroso saldo de la Argentina ya en fase post pandémica y con altas tasas de crecimiento de su PBI. La cifra impacta no sólo por lo abultado del 39,2% que midió el INDEC-equivalente a 18 millones de personas- sino porque el resultado obtenido va en el sentido exactamente el inverso que el Gobierno había pronosticado hace un año.
Después de haber reducido la pobreza desde su pico de 42% en el segundo semestre de 2020 hasta un 36,5% en el primer semestre de 2022, el Gobierno había anunciado que se había iniciado un sendero de inclusión social en el cual se sacaría de la pobreza a un millón de personas cada año, sobre la base de una economía en rápida recuperación.
La realidad marca lo errado del pronóstico: de la mano de una inflación en ascenso y salarios que pierden poder adquisitivo, la cantidad de pobres volvió a crecer. En un semestre, hay 1,2 millón más de argentinas con necesidades básicas insatisfechas. Hablando en plata, gente cuyos ingresos no alcanzan para comprar la canasta básica que mide el INDEC, que hoy está valorizada en $177.000 para una familia de dos adultos y dos menores-.
Además, cuando se pone la lupa sobre el censo del INDEC, aparecen datos más deprimentes, como por ejemplo que entre la población de menores de 15 años, los pobres son mayoría: el 54,2% de los niños son pobres. Apenas un semestre antes, esa cifra era “sólo” de 32,1%.
La indigencia, una mejora temporaria
El único dato a celebrar es la baja marginal en la medición de indigencia -es decir, la gente cuyo ingreso no le permite adquirir una canasta alimentaria para reponer diariamente los nutrientes-. Ahora se ubica en 8,1%, cuando un semestre atrás sumaba 8,8%.
De todas formas, ni siquiera ese dato deja margen para el optimismo, dado que es precisamente el rubro alimentario el que viene liderando la inflación. En el arranque del año, la canasta básica alimentaria -es decir, la que determina la línea de indigencia, valorizada hoy en $80.484 para una familia de cuatro miembros- se ha encarecido en un impactante 19,7%
Esto implica que la línea de la indigencia, en apenas dos meses, corrió 6,7 puntos por encima del IPC, que acumula 13% en lo que va del año.
Es por eso que los investigadores privados que siguen de cerca la evolución de la pobreza ya dan por sentado que, cuando se realice la próxima medición, correspondiente al primer semestre de este año, que se dará a conocer en septiembre, la medición se ubicará en torno del 43%.
Si ocurriera así, no solamente se estaría hablando de un número de por sí impactante, sino que además sería superior al del momento más grave de la pandemia, cuando la cuarentena obligatoria limitó severamente la posibilidad de ingresos para la franja más pobre de la población.
El fenómeno del “asalariado pobre”
Lo raro, a primera vista, de esta situación, es que el incremento de la pobreza se produce en un año en el que la economía creció un 5,2% y cuando la mayoría de los indicadores arroja resultados positivos.
La estadística marca que la industria está creciendo a un 6,3% interanual real, que las ventas en los shoppings centers crecen a un 21%, que se mantienen relativamente estables en los supermercados y que el gasto en turismo, cada fin de semana largo, ya supera el nivel pre-pandemia.
Más impactante aun es la aparente contradicción entre la evolución de la pobreza y el mercado de trabajo, porque al mismo tiempo que sube la cantidad de pobres, son menos los desocupados. La medición de 6,3% de desempleo no esconde, como en otros tiempos, una retracción de la gente en busca de trabajo, sino que, por el contrario, se da en un contexto de aumento de la población activa.
De esta manera, la tasa de empleo alcanzó en la última medición un 44,6%, uno de los mejores índices en dos décadas. Y se dan casos llamativos, como la industria de la construcción, donde la tasa de crecimiento del personal crece a un 17% anual.
¿Cómo se explica la aparente contradicción? El fenómeno, a esta altura, ya es visto por los especialistas como una marca de época: el “asalariado pobre”.
Un nuevo panorama laboral
Es algo que cambia la foto tradicional de la situación social argentina, en la cual quienes estaban por debajo de la línea de pobreza eran los subocupados, personas con baja calificación educativa que hacían “changas” o trabajaban pocas horas, pero no alcanzaba a los empleados con ingreso regular.
Ahora, para alarma del Gobierno y los sindicatos, el hecho de tener un trabajo ya no es el pasaporte al ascenso social, porque hay una nueva -y cada vez más grande- categoría de trabajadores cuyo sueldo no alcanza para comprar la canasta básica.
En parte, se explica por el avance de la informalidad, situación en la que según el INDEC ya se encuentra el 35,5% de los trabajadores.
Y, precisamente, los trabajadores no registrados son quienes se encuentran en una posición más indefensa frente a la erosión inflacionaria. El año pasado, mientras los empleados públicos tuvieron una mejora real de 2,4% en su ingreso, los informales perdieron un 15% real.
Pero, además, ganan fuerza otros fenómenos que la política todavía no termina de asimilar, como el impacto de las nuevas modalidades laborales. Y es ahí donde entra un dato clave del análisis: el aumento del empleo se produjo, sobre todo, en la categoría de los cuentapropistas o monotributistas, con condiciones laborales mucho más flexibles e ingresos variables. En otras palabras, el fenómeno de los miles de trabajadores de servicios de delivery que recorren las calles en motos o bicicletas.
Por qué todavía no se vio lo peor
Lo cierto es que, aun cuando los datos de pobreza e indigencia del segundo semestre de 2022 luzcan pésimos, es altamente probable que sean empeorados por las siguientes mediciones. Esto ocurre por el deterioro de los indicadores que están previendo los economistas.
Desde ya, el primer factor es la inflación, que según los economistas más pesimistas no se quedará estacionada en un nivel de 6% mensual sino que tenderá a crecer en los próximos meses, de la mano de una economía con menos reservas en divisas, con dificultad para financiar su gasto público con la recaudación impositiva y con un Banco Central que, sólo por concepto de intereses de las Leliq, vuelca al mercado unos $800.000 millones cada mes.
En 2022 quedó en evidencia que, en niveles altos de inflación, los mecanismos tradicionales de indexación de los salarios y las jubilaciones no resultan suficientes como para evitar la pérdida real de poder adquisitivo. Es así que las jubilaciones, en términos anuales, perdieron un 14% mientras el promedio salarial cayó un 2,5%.
Pero, en realidad, la situación es peor, porque lo que esas cifras muestran es la comparación “entre puntas”, es decir, en los momentos en que se perciben los aumentos, y no toma en cuenta la pérdida que se produce en el medio, porque los precios suben todos los días mientras sueldos y jubilaciones quedan fijas.
En la perspectiva de los próximos meses, las chances de que el cuadro empeore son altas porque la economía ingresará en una fase recesiva, según prevé la amplia mayoría de los economistas. Esto ocurre por la escasez de divisas -agravada por el impacto de la sequía- que, a su vez, obligará a reducir la importación de los insumos que necesita la industria.
Ya se estima que el PBI se recortará este año en al menos tres puntos, aunque los más pesimistas se animan a hablar de una caída de hasta cinco puntos. Varios indicadores ya están adelantando la gravedad de la caída: por caso, un índice que elabora el IAE de Universidad Austral y que permite saber con seis meses de anticipo cómo evolucionará la inversión productiva está marcando una caída interanual de 2,8%.
Más desempleo y pobreza en el cierre de la campaña
En ese contexto de freno a la actividad, hay malas perspectivas de que el empleo y el nivel de consumo puedan mantenerse en los registros que tenían el semestre pasado. Tanto es así que los economistas creen que la tasa de desempleo volverá a subir: en su último reporte, la consultora LGC anticipó que en las próximas mediciones la desocupación podría volver a un nivel de 8%.
Pero el dato que se debe mirar con más atención para determinar qué ocurrirá con la pobreza es la evolución de los ingresos del sector informal, en contraposición con el costo de la canasta básica. Y los resultados son asustadores: mientras lo que percibe un trabajador “en negro” corre a una velocidad de 65,4%, la canasta básica lo hace a una velocidad crucero de 115%.
Es ahí donde reside el núcleo del debate político interno en el Gobierno: el próximo dato de la pobreza se conocerá en plena campaña electoral, un mes antes de la votación en primera vuelta.
Fuente: iprofesional.com