Nadie puede sorprenderse con la decisión del presidente Javier Milei de cerrar la agencia Télam. Lo había prometido en campaña, lo ratificó como presidente electo y ahora está cumpliendo. El lunes pasado, luego del anuncio formal ante la Asamblea Legislativa del viernes anterior, los edificios de la entidad aparecieron vallados y custodiados por la policía, y su página web, “en reconstrucción”, inaccesible. Télam dejó de funcionar. No está claro si su cierre es definitivo o temporario, pero está cerrada.
En este contexto, algunas voces del circuito informado se alzaron para condenar la decisión gubernamental. En especial, buena parte de la corporación periodística –de la que me considero parte–, algún sector de la dirigencia política y un puñado de académicos de la comunicación. Esa cofradía planteó argumentos en favor de la continuidad de Télam que merecen ser analizados porque carecen de fundamentos. Porque son, digamos, mitos.
1. Mito del periodismo profesional
En Télam trabajan oficialmente unas 750 personas. Entre ellas hay algunos muy buenos periodistas. No faltan los que hicieron grandes aportes informativos cuando se dio alguna ventana de oportunidad. Pero la mayoría siguió la tradición de la agencia –que en 1945 nació para la propaganda con receta fascista– e hizo militancia. Mientras, otros trataron de mantenerse al margen y pasar inadvertidos (algo difícil en los peores momentos) o concentrarse en una agenda informativa menos vigilada. No faltan los que hace tiempo que no van a trabajar o lo hicieron intermitentemente.
Télam tiene una larga historia de operaciones de desinformación y persecución ideológica, desde épocas en las que no se hablaba de fact checking (por estos días hubo gente que, temerariamente, sugirió a la agencia como resguardo de las denominadas fake news). Sobre el pasado remoto de la agencia, mejor leer las dos entregas de Roberto H. Iglesias aquí en Seúl (parte 1 y parte 2), con detalles que sólo él puede recordar y documentar. Y para puntear todo y enfocar lo más reciente, hay que ver la enumeración del politólogo Fernando Pedrosa, que incluye la participación de la entidad en la operación de inteligencia contra Damián Pachter, el periodista que tuvo la primicia del asesinato del fiscal Alberto Nisman.
No, Télam no es ni fue ejemplo de periodismo profesional ni una fuente confiable contra los fakes. Mucho menos en sus “peores momentos”, como se escuchó por ahí (reconociendo que hubo varios anni horribiles).
2. Mito del carácter único
Otro de los argumentos de tipo mitológico para defender la continuidad de la agencia es un supuesto carácter único, exclusivo e inimitable. Se ha dicho que es la mayor red nacional de noticias, la única con corresponsales en todas las provincias y que, si dejara de existir, faltaría información clave.
No, Télam no es la mayor red nacional de noticias ni siquiera entre los medios del gobierno federal. Esa red es, en todo caso, Radio Nacional, que sí tiene presencia en más de 40 ciudades, casi el doble que la agencia gubernamental. Pero los medios nacionales no logran articularse entre sí por razones sindicales (que hacen, por ejemplo, que el noticiero de la TV Pública no pueda usar imágenes generadas por un canal propiedad de un gobierno provincial o de una universidad estatal). De hecho, la mayor estructura informativa del país probablemente sea la privada Cadena 3 Argentina, con base en Córdoba.
Télam no es la mayor red nacional de noticias ni siquiera entre los medios del gobierno federal. Esa red es, en todo caso, Radio Nacional.
Télam no fue clave en producir información sobre la corrupción en Santa Cruz, no lo fue en el caso de Milagro Sala en Jujuy ni en el del asesinato de Cecilia Strzyzowski en Chaco. En tiempos recientes, sí produjo información facciosa sobre el surrealista juicio político a la Corte Suprema que el kirchnerismo mantuvo vivo en el Congreso hasta la derrota electoral inminente. Es cierto que el servicio de Télam pudo haber sido relevante en las notas policiales (siempre que el poder político no sienta la presión del reclamo por la inseguridad) y en fotografías deportivas, pero no mucho más. Si hay dudas, se puede revisar el costoso libro impreso que editó la última presidenta, Bernarda Llorente, para dar cuenta de su gestión.
3. Mito de los clientes privados
Se repite que muchos medios dependen de los servicios de Télam, pero la agencia casi no tiene clientes (que paguen). En buena parte de los últimos 20 años, la empresa regaló su servicio y, por momentos, también pagó con pauta oficial para que su información fuera publicada. En lo posible, sin modificaciones. Sí: hubo una época en la que, para recibir pauta nacional, algunos medios debían publicar los cables políticos de la agencia. O sea, difundir una versión oficial pre-cocida. Ése es otro dato: la empresa es a la vez una agencia de noticias y una agencia de medios publicitarios. En cualquier sitio del mundo donde exista periodismo profesional, eso se vería como éticamente incompatible.
En los tiempos en los que no se llegó a tanto, su servicio fue una forma de “subsidio informativo”, como lo llamó la investigadora Adriana Amado en su libro Periodistas argentinos, modelos y tensiones en el siglo XXI (Konrad Adenauer Stiftung, 2016), donde trazó un paralelo con el subsidio económico de la pauta. Es decir, a los medios les llegaban “gratis” fotos y textos que les permitían ahorrar en cronistas o reporteros gráficos propios y en logística. Históricamente, mucho de ese material ha tenido su fuente original en las oficinas de prensa de los funcionarios protagonistas (un capítulo por el que la motosierra no parece haber pasado aún).
4. Mito del mundo lleno de agencias
Se dijo en estos días que en todo el mundo hay agencias de noticias y que muchas de ellas son estatales. Se puso como ejemplo a la española EFE, la alemana DPA y hasta a la británica Reuters (que en 2009 fue vendida al grupo canadiense Thomson). Aparentes modelos estatales, mixtos o privados a seguir. Varias alternativas.
Pero no se dice que las agencias de noticias nacieron en el siglo XIX para un tiempo en el que la información era escasa y de circulación lenta. Un tiempo que ya pasó, y que la irrupción de la vida digital las obligó a cambiar los productos, los clientes y hasta el modelo de ingresos. No se dice que todas las agencias están en crisis, que EFE estuvo a punto de quebrar varias veces; que DPA requiere creciente apoyo estatal, y que Reuters se transformó radicalmente hace tiempo para alcanzar a su principal amenaza, Bloomberg, especializándose a gran velocidad y alejándose de audiencias masivas generalistas.
Las agencias de noticias nacieron en el siglo XIX para un tiempo en el que la información era escasa y de circulación lenta.
Varios experimentos estatales regionales también naufragaron. Hace pocos meses, el izquierdista presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cerró Notimex, que había sido fundada en 1968 y era más izquierdista que el mandatario. Antes, en 2018, el socialdemócrata Lenin Moreno cerró Andes, agencia estatal ecuatoriana creada por su antecesor, Rafael Correa, y que no llegó a cumplir una década.
Las noticias son necesarias, pero el periodismo ya no es el único productor y las agencias tampoco son el principal mayorista. El tema amerita un tratamiento particular que se escapa a la música de bombos sindicales que podría estar sonando de fondo.
5. Mito de la reestructuración y profesionalización
No faltan quienes sostienen que todo lo malo que se dice de Télam es verdad, pero que en lugar de cerrarla hay que reestructurarla, profesionalizarla y hasta aceptan ¡racionalizarla!, reconociendo cierto derroche. A lo largo de la historia se dieron algunos intentos en esa dirección. Los dos más recientes estuvieron a cargo del mismo valiente, Rodolfo Pousá, y ocurrieron durante los gobiernos de Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. Ambos intentos fueron duramente resistidos, incluso por quienes ahora proponen o reclaman ese salvavidas reestructurador. No sorprende que los funcionarios políticos responsables de ambos intentos, Darío Lopérfido y Hernán Lombardi, hayan estado entre los primeros y más claros apoyos a la decisión del cierre.
En este punto hay quienes jugaron la carta de la impotencia ajena, argumentando que el cierre (en lugar de un intento de cambio) es de gente incapaz, que no puede y que, por lo tanto, se rinde. Otros lo plantearon como desafío: están los edificios, está la gente y está el dinero (aunque la condición fungible del dinero y su escasez en otros sitios podría indicar que, en realidad, no está). A estos últimos, los incurablemente optimistas, hay que decirles que en un negocio cuyo corazón es intangible, la “fábrica” está hecha básicamente de cultura. Y, como se sabe, la cultura es lo más difícil de cambiar.
Como también se ha dicho: el tren de la reestructuración pasó dos veces y nadie se quiso subir. Algunos no descartan que pase una tercera vez.
6. Mito del subsidio indirecto
También hay ideas para resolver el costo/pérdida (en este caso, casi todo el costo es pérdida, dada la falta de ingresos), si ése fuese el único tema. En ese punto hay quienes proponen que toda la publicidad de YPF se canalice a través del servicio publicitario de Télam. Eso le garantizaría un porcentaje de las operaciones y le generaría ingresos (artificiales) para sostenerse económicamente de manera “autónoma”. Claro, YPF ha sido el principal anunciante del país y durante el cuarto gobierno kirchnerista su publicidad fue gestionada con criterio político digitado desde el Instituto Patria.
Es llamativo que nadie asocie aquel costo (un subsidio indirecto) con el precio de la nafta ni se relacione la eventual mudanza publicitaria de la petrolera con competencia desleal o el posible desempleo de quienes ahora llevan adelante ese trabajo en empresas privadas.
Fue el dictador Juan Carlos Onganía el que le sumó a Télam el carácter de agencia de publicidad del Estado. Fue cuando esas empresas tenían un departamento creativo y otro de medios, tiempos de Don Draper y sus Mad Men. Según el gobierno de turno, hubo momentos en los que conservó ese carácter y otros en los que no. Macri sacó a Télam de la intermediación (que siempre da lugar a la micro corrupción que generan los escritorios donde se gestionan pagos sin control) y Alberto Fernández se la devolvió precisamente con el argumento de generarle a la empresa ingresos “genuinos” para su sostenimiento.
No funciona el subsidio que hay, no va a funcionar insistiendo con la misma receta.
7. Mito del estado subsidiario
“Lo que Télam no hace, no lo hace nadie”, sostienen algunos para conmover a quienes ven en el Estado un papel subsidiario. Aquello de “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”, frase atribuida al socialdemócrata Willy Brandt. Siguiendo esa lógica, parece que no hay privados que estén interesados en producir información en “cantidad y calidad”, en especial en lugares considerados desiertos informativos (donde no hay medios y periodistas). Sí, lo dicen, se escuchan y no se les cae la cara de la vergüenza porque, ingenua o cínicamente, creen en el mito del periodismo profesional ya comentado.
La agencia DyN, creada con el modelo asociativo exitoso en el mundo del siglo XX, hacía muchas de las cosas que hoy se destacan de Télam, como policiales y fotografías. Ante la competencia ilegítima y desleal del Estado durante muchos años, DyN tiró la toalla y cerró en 2017: el modelo de la dependencia del subsidio informativo se consolidó.
Télam fundió a su competencia antes de que ésta pudiera intentar una transformación digital.
Fuera de esa situación tampoco hay más oferta disponible básicamente porque el mercado cambió y porque Télam fundió a su competencia antes de que ésta pudiera intentar una transformación digital. Justicia divina: aunque hiciera bien su trabajo y ofreciera información de calidad y en cantidad, la agencia estatal tampoco podría competir hoy con la instantaneidad y chequeabilidad de la información producida por los usuarios y en circulación en las redes sociales. Como dijo el periodista Darío Gallo en 2015: Twitter enterró a las agencias. Además, es tema para otra mitología pero, contra lo que se instala desde la política y parte de los medios tradicionales, hay más verdad en las redes que en otros sitios.
8. Mito del marco jurídico
“No se puede cerrar Télam sin una ley del Congreso”, se escuchó el mismo día del cierre. Semejante afirmación muestra un profundo desconocimiento de la historia de la agencia, la remota y la reciente. Télam fue privada, mixta y pública en distintos momentos de su historia. No hubo leyes de creación, pero sí de disolución (la de Reforma del Estado del peronismo menemista), que no se terminaron de concretar. La cuestión es que la actual Télam es una sociedad del Estado (así se llamaba la forma jurídica ideada por el peronismo setentista) creada en 2002 por un decreto simple del gobierno provisional de Eduardo Duhalde. Para cerrarla, alcanzaría con otro decreto simple.
En un momento alguien leyó en la ley de sociedades del Estado que estas formas jurídicas ni quiebran ni se cierran y lo celebraron con alivio. No advirtieron que el DNU 70/24 de Milei derogó esa ley y obligó a dichas entidades estatales a convertirse en sociedades anónimas. Ahora, resta saber si para un posible cierre definitivo es necesario o no ese paso previo. Y, lo más importante, qué se hace con los empleados y qué legislación laboral se aplica. El camino sería más claro si se aplicara la ley del empleo público que prevé la reubicación en otros organismos.
En cualquier caso, es fácil anticipar el próximo capítulo porque, en Argentina, cualquier cosa que altere el statu quo termina en una cautelar o en los tribunales laborales, donde la balanza casi siempre se inclina para el lado del sindicato.
Resumiendo: sí, que se puede cerrar Télam por decreto. No así otras empresas públicas creadas por ley, como la TV Pública y Radio Nacional.
9. Mito de los dueños de los medios públicos
La expresión “medios públicos” tiene dos elementos: medios y públicos. ¿Por qué son públicos? Porque son del público. ¿Y qué es eso? El pueblo, la gente, la sociedad, los ciudadanos… Por eso, hay que decir una vez más que en Argentina no existen los medios públicos. Existen, en todo caso, medios cooptados.
Es decir, en los hechos, los llamados medios públicos no son del público sino de sus empleados y, sobre todo, de los jerarcas sindicales que los representan y que rara vez son mencionados, pero que fueron muy bien perfilados por Jorge Sigal en su descripción de “El delegado”, un personaje que, si se incluyera en un guión, sería un éxito igual o mayor que El encargado.
10. Mito del periodismo de Estado
El periodismo de Estado es casi siempre propaganda. Y casi nunca periodismo.