Remedar la indignación de otros, un ardid anacrónico (*)

Publicado en marzo 19, 2023.

El estado de crispación que se observa a través de los noticieros porteños no forma parte de la realidad correntina, eso está claro. Pero a esta altura del año electoral no podía faltar quien intentase mezclar los escenarios para dar la sensación de que en la esquina de Salta y Mayo, así como en otros puntos neurálgicos del centro cívico capitalino, se respira la misma bronca.

Era de cajón. Una jugada consabida de los sectores menos creativos y más predecibles, habituados a una comarca política que ya no existe como ghetto coercitivo de la autonomía de la voluntad.

Antes la monserga de algún capataz podía convencer a un grupo de necesitados hasta legitimar una movilización sobre las bases de reclamos genuinos. Pero hoy nadie come vidrio; los llevados para engordar el batifondo aceptan la dádiva (en este caso planes sociales nacionales), se suben al colectivo y baten el parche en la esquina que les indiquen, pero votan en virtud de valoraciones propias.

El ciudadano tipo de este mundo bombardeado con datos, estadísticas y memes de toda laya, forma opinión no porque la radio tal o el diario cual mantengan determinado sesgo editorial. Tampoco penetran la psiquis del votante las exclamaciones lanzadas por altoparlantes en las bocacalles, adornadas por carteles contestatarios pintados con el mismo color y escritos con la misma letra, repartidos a los supernumerarios minutos antes del alboroto.

La sociedad actual toma decisiones sobre una base de escepticismo que la devuelve al origen, a los antiguos microcírculos de confianza, donde las miradas del vecino, del taxista o del almacenero valen más que cualquier alambicada estratagema. En ese axioma, los pareceres individuales inocuizan estas operaciones cuyos golpes de efecto se observan en el centro correntino desde hace algún tiempo.

Pasa con las marchas prefabricadas en derredor de la plaza 25 de Mayo. Una vez apagados los megáfonos, los “piqueteros” dejan atrás el personaje y vuelven a una rutina que los ubica en la militancia político-partidaria de distintas facciones del kirchnerismo. Son los mismos. Por la mañana se los puede ver frente al Ministerio de Educación o la sede gubernamental, y por la tarde están en rondas de mate, amancebados por algún precandidato, colocando pasacalles o pintando muros.

Comparten el mismo discurso del gremio Suteco, de neto corte opositor. Dicen que el incremento salarial otorgado por el Gobierno provincial resulta insuficiente y que el salario de un trabajador del sector es “miserable”. Al mismo tiempo, cuestionan la entrega de computadoras a los alumnos (machacan con que no es una prioridad) y justifican su entente con el arco sindical más recalcitrante al autodefinirse solidarios con la defensa de la educación correntina.

¿Necesita la educación correntina ser defendida por los activistas K? No por ellos, pero sí de ellos. Y veamos por qué: el sindicato docente al que dicen apoyar, encolumnado abiertamente con un aliado estratégico del peronismo como es Roberto Baradel (CTERA), aceptó en Buenos Aires cifras sensiblemente inferiores a las que propuso en Corrientes el Ministerio de Hacienda. Mientras allá arreglaron un modestísimo 33.5 por ciento hasta julio, acá se declararon ofendidos por un cronograma escalonado que supera los estándares inflacionarios hasta totalizar un 102 por ciento de incremento global.

Para maquillar esta incoherencia, Suteco proporciona información maniquea: en sus comunicados y posteos se limita a mencionar el sueldo inicial de 130.000 pesos. Pero omite deliberadamente que un maestro con 10 años de carrera puede superar con holgura los 200.000 pesos mensuales, y que si tiene doble cargo ese mismo docente perfora la barrera de los 400.000 pesos de salario. ¿Es miserable la cifra? De hecho que no, pero poco les importa porque el sentido de la protesta es otro.

La consigna es crear, por vía de la simulación, un clima de enardecimiento cívico. Para eso, los instigadores de esta seguidilla de episodios barullentos se valen de manifestantes esponsoreados y diseñan quirúrgicamente sus apariciones públicas, incluida una sorpresiva aglomeración de quejosos frente a la casa del gobernador.

Se hacen notar, pero tienen un problema: sus montajes pretenden anabolizar el descontento público mediante portaestandartes deslegitimados por su tronco político, pues pertenecen a la alianza imputada por hundir el país en la peor crisis de los últimos 20 años.

Si hay un responsable directo de la angustia que sufren miles de familias como consecuencia de la suba constante de precios, está en Balcarce 50, mirando por el balcón hacia la Plaza de Mayo cómo se desmoronan la economía, la producción y el trabajo de una Argentina fácticamente acéfala, sumida en la interna palaciega del kirchnerismo al que reportan los imitadores vernáculos de Juan Grabois.

La aldea analógica en la que ciertos fomentadores del artificio reinaban hace algunos años ya no es tal. La paz social que caracteriza a Corrientes es omniabarcante y encapsula a las batucadas de Barrios de Pie. Las reduce a una burbuja de frikis mientras los parroquianos esquivan el bochinche sin reparar en las consignas, inmunes a las triquiñuelas, ocupados en sus cosas.

¿Por qué pasan de largo las gentes? Mantienen distancia de las reivindicaciones recitadas según libreto. Sencillamente, no creen en las demostraciones oportunistas y las perciben como tales ni bien se producen, ya que son marchas elucubradas sobre clichés. Recetas de la banalidad política que los mentores del desorden aplican desde el anacronismo, como si todavía tuvieran la sartén por el mango.

Todo el aparato mediático, así como las artimañas de la politiquería camaleónica de los que hasta la década pasada ventajeaban con el truco del tero, experimentaron un progresivo declive en cuanto a su poder de cooptación. Inciden, pero no definen.

Hoy contrapesan los instrumentos de comunicación personalizados, donde cada uno es cronista de su propia perspectiva. En las redes sociales se desarrollan auténticos foros de discusión entre personas de una misma comunidad, fruto de un cambio epocal en el que la digitalización horizontaliza hasta al más vertical de los lacayos. ¿Por qué? Simple: para enterarse de la verdad real el internauta no se queda con el contenido difundido por el autor del post, sino que “scrollea” para indagar las opiniones de los particulares, que muchas veces agregan detalles esclarecedores.

El ardid que pretende remedar en el pago chico la sedición de los indignados porteños choca contra una realidad que el correntino de a pie asume como un valor a cuidar, que no es otra cosa que la certidumbre garantizada por una de las pocas provincias que mantiene a rajatablas la regularidad salarial y genera lazos de interacción a través de la cercanía que proporciona el lenguaje multiplataforma, olímpicamente desaprovechado hasta que Gustavo Valdés asumió la jefatura del Ejecutivo.

Puede que las marchas prefabricadas continúen, atizadas por interesados en limar la imagen positiva de la actual administración. Pero no son un recurso inteligente en los tiempos que corren. Por un lado, son fáciles de desenmascarar, y por el otro, carecen de argumentos frente a una gestión que exhibe compromiso con los sectores vulnerables, se esfuerza por proteger la capacidad de consumo de los estatales (con el efecto multiplicador que eso tiene) y acompaña a los sectores productivos a través de medidas inéditas como la decisión política de no cobrar impuestos rurales mientras dure la emergencia ígnea. Apostillemos aquí: el Gobierno recauda menos, pero da más.

La armadura popular que blinda a Valdés (esa que lo ungió con el 80 por ciento de los votos) está en condiciones de resistir el embate y se perfila hacia planos de consolidación superior, lista para reanudar relaciones de confraternidad con la Nación, cosa que ocurrirá ni bien Alberto Fernández sea reemplazado por un sucesor perteneciente a Juntos por el Cambio.

Esa proyección positiva que abona el almácigo valdecista provoca erisipela en otros lotes de la hacienda provinciana, donde la obsesión por recuperar espacios desemboca en desatinos como el maridaje con las “orgas” de un kirchnerismo en estado de diáspora. Manotazos de ahogado en la última ratio de los que, sin más alternativas, se confabulan con la nostalgia de haber sido y el dolor de ya no ser.

(*) Por Emilio Zola – Corrientes

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