Siempre estuve en un lugar muy cómodo. Un espacio familiar donde venimos viviendo tranquilos. Un lugar cálido, confortable. Tal vez sin demasiada ventilación, sin demasiadas comodidades; pero sumamente acogedor a pesar de todo.
Sin embargo, hemos tenido siempre problemas. Siempre aparecen nuevos familiares, mientras otros simplemente desaparecen o solo se van. Nunca pudimos explicarnos esta situación. Tampoco tenemos una comunidad con ancianos o pequeños. Todos estamos casi siempre en la misma edad. Cosa muy rara que tampoco podemos explicarnos.
Eso sí, hemos logrado un ambiente de igualdad a pesar de nuevos diversos colores de piel. Somos rojos, verdes, amarillos, rosados. Tampoco nadie nos puede explicar que pasó con los negros.
Pero un día me tocó a mí, no estaba solo, éramos muchos los que amanecimos en otro lugar. Ocurrió durante la noche me parece. Sentí movimientos extraños. Duró una eternidad, hasta que todo volvió a quedarse quieto.
Cuando las primeras luces día comenzaron a mostrarme el nuevo lugar al que fui trasladado, era todo muy distinto. Un ambiente claro, abierto, extremadamente grande y cómodo. Fueron varios días allí. Estábamos juntos rojos, verdes, amarillos, rosados.
Pero pronto algo ocurrió. No sabía bien de que se trataba, pero sentí que me arrancaban de ese lugar tan bonito. Pensé que este paraíso no acabaría nunca, pero se terminó. Una fuerte mano me agarró y me separó de los míos. Los vi alejarse, aunque era yo en realidad quien me alejaba de ellos.
El traslado fue duro, trágico. Me pareció interminable. Molesto. Agresivo, incómodo. Apretujado con otros que no conocía pero que, sin dudas, estaban tan, pero tan desorientados como yo.
La llegada a mi nuevo lugar ocurrió un tiempo más tarde. Me volvieron a separar de mis nuevos compañeros de ruta. Ahora el espacio era oscuro, bastante más húmedo que todos los lugares en los que había estado. Lugar pequeño, con un aire enrarecido, permanentemente ruidoso; aún cuando a veces, era extremadamente silencioso.
Desde el exterior muchas veces llegan sonidos extraños, olores increíbles por lo desagradable en contraposición con momentos en que llegaban fragancias fuertes pero encantadoras.
Pero esto no terminó a pesar de que creía que este sería mi lugar nuevamente y por mucho tiempo. Ocurrió otra vez. Siento que ya no tengo paz. Siento que esto es el infierno y no sé cómo va a terminar, así como tampoco sé cuándo.
Otra vez una mano muy fuerte me agarra. Me desnuda y me traslada. Siento una total indefensión. Estoy a la buena de Dios, indefenso, humillado. Y no se porqué me está ocurriendo todo esto.
Me ubican en un lugar extraño, totalmente húmedo. Casi sin paredes, sin techo. Casi siento la intemperie. A veces mucho frío, a veces mucho calor. Mi cuerpo empieza a perder sensibilidad.
Día a día me tiran agua, me ahogan, me sacan de ese pequeño sitio y al rato, luego del agua que me asfixia, me vuelven a mi denigrante espacio. Son muchas manos distintas. Algunas muy fuertes, otras más débiles y delicadas. Siento voces cuando esto ocurre. No los visualizo, pero los escucho. También hay música muy fuerte, pero no siempre.
Mi cuerpo se va achicando, me estremezco cada vez que ocurre. Tirito de miedo, de frío. Estoy absolutamente solo, desamparado, asquerosamente indefenso.
Pasan los días, pero ya no sé cuántos. Perdí la noción del tiempo, del espacio. El lugar donde me encuentro cada vez se me hace más grande, pero creo que soy yo quien empequeñece. Temo llegar a desaparecer.
Caigo en la cuenta de que soy un jabón de tocador y está a punto de terminar mi vida útil.
(*) Cuentos Breves por Miguel Matusevich
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