Sobresalto (*)

Publicado en noviembre 2, 2021.

Como todos los días, termino una jornada muy activa mirando televisión, series preferentemente, pero anoche fue distinto. Fueron noticieros en varios canales. No sé por qué, pero así fue. Medianoche. Té de por medio, también como todas las noches. Ya es una rutina. Una agradable rutina. Me gusta el té. De esos saborizados; canela, frutales, raros en realidad. Imágenes conmovedoras, trágicas. El famoso cambalache de Discépolo.

Empieza un nuevo día y decido ir a dormir. Mucho calor. El ventilador de techo no da abasto. Me espera un dormitorio con el acondicionador de aire prendido desde hace unas horas. Me pego una ducha y me acuesto. El agua tibia me da cierto alivio al calor reinante. La luna, taponada por nubes ingresa intermitente por entre los pliegues de las cortinas de las ventanas.

Apago el velador y solo queda esa tímida presencia de la luz lunar que genera medias sombras, rincones lúgubres y espacios vertiginosamente iluminados. Cierro los ojos tratando que Morfeo se apodere de mí. No lo logro de inmediato. Lo sé, lo siento; pero no puedo acceder al sueño reparador.

Trato de acomodar el cuerpo para estar cómodo y lograr dormir. La luna desaparece totalmente por un manto de nubes cada vez más cerradas. El tiempo afuera parece empezar a desmejorar. Me levanto y me acerco a la ventana. Corro una de las cortinas casi con vergüenza. Los árboles del jardín se mueven bamboleantes, presagiando por lo menos una tormenta de verano. Breve pero agresiva. Tal vez también llueva.

Cierro nuevamente la cortina y vuelvo a la cama. Mis ojos, más pesadas que de costumbre logran vencer al intento cerebral de no descansar. Caigo rápidamente en los brazos inconscientes del sueño…

Me sobresalto. Miro el reloj y solo pasaron algunos minutos. Me asalta un estado de miedo. Siento que ocurrió de nuevo. Una pesadilla que me viene asaltando casi cotidianamente. A pesar de tener el acondicionador de aire en 19 grados, estoy transpirando.

Me siento en la cama y trato de pensar. Trato de recuperar el aliento y de detener el ritmo del corazón. Siento sus movimientos, casi siempre imperceptibles, ahora como si estuviera al borde del colapso.

 Pasan los minutos, la tormenta afuera arrecia. Comenzó a llover. Algunos relámpagos iluminan mi habitación a pesar del intento de las cortinas de morigerar la luz del afuera. Ocurren truenos ensordecedores. Ya la lluvia es cada vez más fuerte, más cerrada. Más impertinente.

El motor de mi cuerpo comienza tranquilizarse y recupero el aliento. Trato de disfrutar del ruido del agua de lluvia cayendo sobre el techo de chapa. La caída del agua se apacigua y con ello, bajo mi estado de ansiedad. Vuelvo a cerrar los ojos.

El sueño reparador se apodera de mí. Pero la pesadilla vuelve a mi descanso. Nuevamente me sobresalto. Miro el reloj y solo pasaron diez minutos. Me levanto, voy al baño y me refresco la cara. Miro el espejo y el reflejo me devuelve un rostro ojeroso, cansado. Casi espectral. Los relámpagos me muestran su furia luminosa a través de la ventana del baño que da al jardín.

Vuelvo a empaparme la cara con agua fría. No me seco, dejo que el líquido reparador haga su efecto. El calor rápidamente me deja el rostro sin rastros de ella. Vuelvo a llevar más a la cabeza. Esta vez ya llega a la cabeza, al cuero cabelludo, al cuello. Espero que haga efecto y pretendo ver mi rostro nuevamente.

El espejo me devuelve la misma imagen. Demacrado por la falta de descanso. Detecto cierto color oscuro alrededor de los ojos. Y dentro; un rojo incipiente me confirma lo que suponía. Necesito descansar.

Vuelvo a la habitación y el fresco interior, me golpea el cuerpo. Un pequeño alivio se siente como un enorme y agradable momento. Siento que la sábana y la colcha me llaman, pero también siento un desagradable sabor en la boca.  Seca y abierta, se transforma en algo como si fuera un presagio de lo que puede venir.

Sin embargo me acuesto, en realidad vuelvo a acostarme. Siento la espalda tocar las ahora frescas superficies. La almohada recibe mi cabeza y cuello aún húmedos. Fijo la mirada en la ventana. La tormenta no cede.

Son las dos y media de la mañana. Los párpados inflamados tratan de mantenerse cerrados. Consigo calma, siento la oscuridad. Mi cuerpo lucha por relajarse. Vence. Parece que mi mente se da por vencida. El sueño se apodera de mí. No recuerdo que pasa y cuanto tiempo siento esa sensación de reparación.

Pero la pesadilla vuelve a asaltar mi descanso. Otro sobresalto. Otro momento de zozobra. Una rutina dañina que se sigue repitiendo. Una sensación que no me abandona. Ya ocurre casi todos los días y seguramente querido lector, querrás saber de qué se trata.

Pero no podré decirte, no podré contarte, porque cuando llega el día. Cuando el sol comienza a aparecer en el horizonte, la pesadilla sale de mi mente y no la recuerdo. Lástima.

(*) Cuentos Breves

 Miguel Matusevich

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