Maquiavelo, en su célebre obra “El Príncipe” sostenía que un príncipe debe ser odiado y amado, pero ante la necesidad de conducir los destinos de su pueblo con mano férrea debía ser odiado. El odio genera lealtades y traiciones, pero ambas eran claras y contundentes; el amor, solo relaciones temporales de acuerdo a las circunstancias. Hoy, los “príncipes” electos y democráticos, deben tener relaciones sólidas y permanentes.
Esta nueva realidad, dada durante el siglo XX, vuelve a cambiar ante escenarios disruptivos, donde hay quienes aman y entienden lo que ocurre o no entienden, pero prefieren buscar esperanza en esa nueva relación.
Y están los que odian, aún sin razones, con la única certidumbre de saber que están en la vereda de enfrente de la disrupción, tratando de volver a situaciones anteriores donde conservar el privilegio que los llevó a estar en la cima del poder.
Desgraciadamente, esto se mezcla con dos funciones del Estado Moderno, la Seguridad y la Justicia. Dos razones básicas por la que los Estados Modernos subsisten en el colectivo imaginario. Allí también están quienes entienden la realidad que es parte de su mondo, por más pequeño que sea y los que sostienen, con malignidad política, que todo, todo tema que atraviese a la sociedad, debe ser utilizado para sus propios fines.
La Seguridad y la Justicia, casi siempre van de la mano y cuando desgarradoras situaciones, atraviesan a la sociedad, es el Estado quien da la cara y pone al servicio de su comunidad, todos los elementos necesarios para solucionar problemas humanos, sociales y hasta políticos, que conllevan esfuerzos hasta el límite de lo posible.
Quienes no tienen nada que perder, porque ya lo han perdido todo, y me refiero a los viejos paradigmas políticos, no entienden de este tipo de situaciones y solo buscan y buscarán, llevar agua para sus molinos, sin entender, o entendiendo perfectamente, que estas cuestiones reproducidas hasta el infinito por la comunicación y las redes sociales, solo los volverán a posicionar en la cima de la pirámide de poder.
Así está hoy la Argentina. Ya no hablamos de una “grieta política”, hablamos de algo más grave. Hablamos de una “grieta moral”, donde de un lado, el Estado se pone a la cabeza de las situaciones complicadas y sensibles para la población y quienes intentan, preservando invalores morales, pretenden, acicalándose frente al espejo, mostrar su lado más cruel y más inhumano.
Corrientes muestra hoy, descarnadamente, esa lucha. Quienes desde el Estado pretenden dar soluciones a los flagelos sociales, que se escurren entre todas las clases sociales y geográficas ante un hecho lamentable y terrible; y quienes, comentaristas de la realidad, solo muestran una faceta demoníaca, inhumana y terrorífica.
La verdad florecerá, tarde o temprano, saldrá a la superficie. Caiga quien caiga y le guste a quien le guste. Simplemente, renacerá.
(*) Miguel Matusevich, periodista.