Parece mentira, pero es real. Los que perdieron las elecciones quieren decidir el rumbo del país.
Las reacciones de la oposición ante las primeras medidas de Milei no dejan de sorprender, aunque están en línea con la defensa de un anacrónico modelo económico y social que viene fracasando desde hace décadas. Leyes laborales que impiden la generación de nuevos empleos, restricciones y controles que crean inflación y desabastecimiento y privilegios que engordan a los empresarios amigos del poder forman parte de un sistema que nos llevó a la ruina, y contra el cual la mayoría de la gente votó contundentemente.
El DNU, una herramienta utilizada recurrentemente por todos los presidentes desde el retorno de la democracia, está previsto en la Constitución Nacional y nunca en 40 años se rechazó en el Congreso.
La postura de la CGT, que se pasó cuatro años hibernando y súbitamente se despertó para defender a los trabajadores a los cuales el peronismo les pulverizó el salario y las condiciones de vida durante su último triunvirato, es extemporánea e hipócrita. Luego de hacer campaña por Massa y perder las elecciones, sus multimillonarios dirigentes gremiales deberían llamarse a silencio por lo menos hasta que pueda verse si el plan del gobierno funciona o no. Pero su indignación siempre fue estacional: de los 42 paros nacionales que hicieron desde 1983, 26 fueron a gobiernos no peronistas. Y no le hicieron ninguno a Alberto Fernández.
Que desde el kirchnerismo se levanten voces para «defender las instituciones» es humorístico, proviniendo de los que querían «ir por todo» y buscaron voltear a la Corte Suprema.
Más patético aún es el rol de la Izquierda, que no consiguió ni el tres por ciento de los votos pero que se sigue autopercibiendo como «el pueblo». La fallida candidata Myriam Bregman publicó en las redes: «son tantas las ilegalidades del anuncio de Milei que no sé por dónde empezar». «Ganando una elección», le contestó un cibernauta.
Párrafo aparte merece el Polo Obrero, tan empecinado en joderle la vida a los que de verdad trabajan, cortando calles y avenidas. El protocolo aplicado para terminar con más de 20 años de este delito tuvo éxito el pasado 20 de diciembre. Y es de esperar que esta política se mantenga. No deja de ser gracioso ver a cientos de cortacalles vernáculos portando insignias del Che Guevara y de Cuba, cuando en aquel país se encarcela a los opositores y se prohíbe cualquier tipo de manifestación contra un gobierno que -el karma existe- acaba de lanzar un duro ajuste con suba de tarifas y combustibles.
Milei trata de cambiar un modelo que nos llevó a una declinación histórica. De acuerdo al Observatorio de la Deuda Social de la UCA, en dos de cada diez hogares argentinos se saltea alguna comida o aseguran pasar hambre. Según el INDEC, el 56 por ciento de los niños de 0 a 14 años viven en la pobreza. Pero no hace falta leer estadísticas nacionales. El más cercano ejemplo de nuestra decadencia lo tenemos en Florencio Varela, donde, luego de 40 años consecutivos de peronismo, el 70 por ciento de las calles son de tierra y el 60 por ciento de los hogares no tienen cloacas. Algo no compatible con el nivel de vida de quienes nos gobernaron, que no lograron mejorar la vida de la gente, pero sí la suya.
La gente votó un cambio extremo. Y hay que aceptarlo, porque de eso se trata la Democracia. Después de todo, ¿puede haber algo peor que padecer 20 años de kirchnerismo?
(*) Alejandro César Suárez – Abogado y periodista