Más de 40 stands muestran lo local, lo nacional y lo internacional en una provincia con una fuerte identidad. Mates, raros peinados, editores. Destacan el peso económico de la cultura.
Desde la ventana del hotel, en la ciudad de Corrientes, se ve la pileta y este jueves a eso de las 16 había gente bañándose. 24, 25, hasta grados anunciaban las apps del clima en los teléfonos para asombro y envidia de los porteños, que llegaron con bufandas y gorritas. Dejar la campera, ponerse cómodos: está empezando la Feria Provincial del Libro, que sigue hasta el 24.
“Volver a la presencialidad”, dirá en un rato Gabriel Romero, presidente del Instituto de Cultura de Corrientes, que es como decir “ministro de Cultura”. La alegría del encuentro dirá, cuando llegue la hora de cortar la cinta celeste y blanca y todos muy de traje y palabras formales. Pero también hablará de puestos de trabajo, del movimiento económico de la cultura. “En 2019 la Feria -antes de la pandemia- movilizó 4 millones de pesos”, dirá. Inflación mediante, el número pesa.
Pero ahora, que es temprano, que hace calor, que todavía no fue la inauguración formal ni el discurso inaugural de Ana María Shua, la Feria está llena de gente. Gente joven, mayormente. Raros peinados que ya no son nuevos, tatuajes, una chica muy blanca de vestido muy negro, tatuajes y borceguíes, un hombre con un anillo grande que le ocupa casi todo el pulgar y pantalones chupines, termos y mates por todos lados y, junto a un escenario, dos parejas de bailarines de chamamé, en trajes típicos, con su productor, que parece el manager de un grupo de rock.
Porque esto es una Feria del Libro como cualquier otra -42 stands, libros y más libros, editores, presentaciones- pero también es Corrientes, una provincia ecléctica, que baila medio desnuda en Carnaval y a la vez recibe a los visitantes con la Virgen de Itatí en el aeropuerto y un diario -el de este jueves- cuya foto de tapa es la procesión a Itatí. Que está construyendo un Museo de Arte Contemporáneo y también tiene lo rural a flor de piel, a la vuelta de la esquina y no hace falta más que venir a la Fiesta del Chamamé, en enero, para ver a los peones bailar con los orgullosos trajes del establecimiento para el que trabajan.
La Feria, esta vez, se hace en la ex-Usina, un edificio de la década de 1910 -ah, las ilusiones del Centenario- que supo proveer a Corrientes de electricidad generada a partir del carbón. Ese lugar, los espacios al aire libre alrededor, un par de galpones y una carpa sirven para alojar a la Feria y sus actividades. Este jueves en todas partes hay gente: revisando libros, sacándose fotos y, sorpresa, desbordando la carpa, donde se habla de… patrimonio inmaterial cultural y religiosidad popular.
Hay gente cantando, porque en el escenario una joven muy joven que se llama Brisa Luque interpreta Pedro Canoero y El cosechero y es imposible no tararear y balancearse, como quien no quiere la cosa.
Pero el tema central son los libros, claro. Así que acá está Moglia ediciones, una editorial que fundó en el año 2000 Leonardo Moglia, que había llegado desde Mataderos, en Capital Federal, en 1974. El papá tenía un Centro de Copiado y cuando el joven se metió en el negocio digitalizó el proceso y un tiempo después empezó a editar.
Produce libros como Canción nueva correntina -el movimiento del que salieron, entre otros, Teresa Parodi, Antonio Tarragó Ros, Mario Bofill, Rosendo Arias y Ofelia Leiva- La cocina correntina o el Diccionario de la lengua guaraní. También Viaje al país del agua: Esteros del Iberá , una crónica de Eduardo Ledesma, e Industria chamamecera, donde Carlos Lezcano y Pedro Zubieta analizan el fenómeno del chamamé en el contexto de las industrias culturales argentinas entre los años 30 y 60.
Es que el chamamé fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2020 y el Iberá -ese humedal único- asoma como una esperanza para el turismo local. Entonces el gobierno correntino -encabezado por el radical Gustavo Valdés, que no oculta sus ambiciones nacionales- les pone fichas a estos temas y la producción cultural acompaña.
Otra vuelta y está el stand de Librería De la Paz, que distribuye a las grandes editoriales. Está Editorial Amerindia. Ediciones Correntinas, que tiene por ejemplo documentos sobre la Guerra del Paraguay y varios otros libros sobre Historia.
Y hay en los stands -modestos- libros para chicos, el gran éxito Heartstopper, historieta coreana… Lo local, lo nacional, lo internacional.
También anda por acá el historietista Will Labeta, que es correntino, empezó en Instagram y ya tiene varios libros publicados. Y en estos días estarán el poeta y performer Fernando Noy, la novelista Florencia Canale, el periodista Mariano del Mazo, entre muchos otros.
Pero mientras, este jueves de inauguración, la que abre es Ana María Shua. Que se sienta junto a su entrevistador Ramón Blanco en el escenario donde antes sonaba Pedro Canoero. Frente a ellos, ocho, diez filas de sillas sobre piso de cemento y al aire libre. Hace calor, sigue haciendo calor aunque ya está oscuro y algún vientito llega desde el río que está acá nomás, exhibiendo sin pudor su belleza bajo las luces del puente que va a Resistencia.
En las sillas, otra vez: caras jóvenes, mate que va y vuelve, algunos escritores, miradas atentas.
Shua dirá que escribir ficción es “intentar seducir lectores a través de las palabras” y que se trata del intento -qué difícil- de “encontrarle un sentido al caos de la realidad”.
Durante más de media hora la autora va a contar que empezó muy chica a escribir, que leía como loca, que cualquier escritor es primero alguien que lee como loco y que si no es así, si hay que convencerlo para que lea, ese es alguien que difícilmente se volverá un escritor.
Dirá que tuvo una revelación cuando, en la escuela, le enseñaron las reglas de versificación. Sí, las reglas de versificación. Porque ella, que escribía poemas y se creía tan libre, descubrió que lo que había escrito seguía esas reglas. Y aprendió que quien no conoce la tradición está condenado a repetirla.
Dirá, también, que un chico puede tener intuición poética y hacer buenos versos pero que la narración, ah, la narración necesita experiencia. Más tarde, cuando esto termine, una poeta del público se levantará indignada: ¿acaso cualquier escritura es literatura? ¿acaso la poesía es más fácil?
A la hora de las preguntas, también le hablarán sobre el famoso lenguaje inclusivo. “Vamos a ver qué queda”, dirá la autora. “Algunas cosas me fastidian, como a uno lo fastidia cualquier cambio. Algunas cosas me resultan agradables”. Y recordará cuando, de chica, veía “mil mujeres y un varón” y había que nombrar a ese conjunto en masculino. Y algo le parecía mal de eso. “No me parece terrible, el lenguaje cambia”, dirá, pero también que por ahora ve al inclusivo como algo que se usa “con un matiz de comicidad”. Y concluye: “Me lo voy a tomar en serio cuando se hable de ´les desaparecides´ o ´les muertes´”. Silencio: esa reflexión no da para chicanas.
Así que va terminando la primera jornada, y el público se junta a tomar algo junto a carritos que otra vez reinvindican lo local -y se burlan- con nombres como “Mencho. Food Truck” (”mencho” es un peón de campo). Cielo como techo, luces que cruzan el espacio, algo que tomar y charla.
Luego salir, encarar la costanera, cruzarse con los que están haciendo el ejercicio del día o relajando nomás, disfrutar el clima. Bienvenidos a la Feria Provincial del Libro de Corrientes, un respiro en tiempos difíciles.
Por Patricia Kolesnicov
FUENTE: https://www.infobae.com