Cada 8 de septiembre los correntinos recordamos con tristeza la tragedia que se llevó la vida de seis artistas y dos choferes, cuando al micro que los transportaba le fallaron los frenos y cayó a las aguas del río Paraná.
El hecho trágico que enlutó a Corrientes sucedió el 8 de septiembre de 1989, fecha que quedó impresa en el calendario y en los corazones como la jornada más triste de la cultura, cuando en Bella Vista, el río se llevó la vida de seis artistas.
En ese terrible accidente murieron Zitto Segovia, Johnny Behr, el presentador y recitador del espectáculo, Daniel Yacaré Aguirre, Miguel Ángel Michel, Joaquín Gringo Sheridan y el Chango Paniagua, que era integrante del grupo Trío Corrientes.
Carlos Miño, César González, Ricardo Scófano, Ricardo Tito Gómez y Cacho Espíndola, iban en el micro, pero lograron sobrevivir para mantener vivo el recuerdo de sus pares en la memoria de todo un pueblo.
Tal es así que Ricardo “Tito” Gómez dedicó un capítulo de su libro “De las musas de mi vida” para evocar esa jornada oscura que se alzó con la vida y la música de sus amigos chamameceros.
Cuanta “Tito” Gómez sobre ese día que: “Convocados para representar a Corrientes en el Festival Internacional de Folklore en Niza, Francia, comenzamos a ensayar un grupo de conjuntos, solistas, cuerpos de danzas y recitadores en las instalaciones de la Sociedad Italiana. Habíamos logrado una cohesión y un nivel artístico, quizás inalcanzado en Corrientes. Prestigiando esta delegación, acudieron artistas de Resistencia.
Desde Francia, pensábamos viajar a España donde nos esperaba uno de los guitarristas de Alfredo Zitarroza, el entrerriano “Dioni” Velázquez. Éste, nos había escuchado en su pueblito natal de Santa Elena, en el “Festival de la Chamarrita”, y quedó muy impresionado por la forma en que sonaba nuestro conjunto.
Apenas bajamos del escenario, lo apartó al “Gringo” quien luego de dos horas de conversación, me contó que “Dioni”, quién residía desde hacía años en España nos proponía que fuéramos todos a intentar suerte allá “por supuesto, nos dijo, yo quiero tocar con ustedes la primera guitarra”.
El resultado, con la genial puesta en escena de Dante Cena, desbordó la más exigente de las expectativas. Muchos fueron los sueños depositados en ese viaje. Lamentablemente, muy lamentablemente, ese viaje no se concretó: a 24 horas de la partida, el entonces director de Turismo Julio Traynor, suspendió sin motivo aparente nuestra participación en el festival”.
Relata que “la indignación de todos fue enorme; para solventar los gastos del viaje muchos habían malvendido sus departamentos o sus automóviles. Indignados pero decididos a no dejarnos abatir por tantos sueños estafados, resolvimos mostrar al pueblo de Corrientes cuánto valíamos y la calidad de lo que se iba a presentar en Francia.
Comenzamos debutando en el Teatro Vera con un lleno total. Sigue imborrable en mí, el recuerdo de la emoción con que nos abrazamos todos al cerrarse el telón. Un mes más tarde, el viernes 8 íbamos a presentar nuestra delegación en Bella Vista.
El sábado 9 nos tocaba ir a Formosa, y el domingo 10 estaba previsto el Domo del Centenario de Resistencia. Con cierto retraso, partíamos desde Corrientes rumbo a Bella Vista. Apenas llegamos, descendimos todos en el Club Juventud; los cuerpos de danzas se quedaron para ensayar, también descendió el equipo de iluminación y efectos especiales, para montar todo y preparar el espectáculo de la noche”.
“De pronto ‘Yacaré’ Aguirre dijo en voz alta: a ver, vengan conmigo a la radio todos los músicos para que Bella Vista se entere de que ‘ya llegamos’. Partimos en el mismo micro, trece personas, diez músicos, dos choferes y un bailarín llamado ‘Puchi’ González, que, como estaba cansado, (había vuelto de una peregrinación a Itatí), ni se enteró que, sería involuntario protagonista de la tragedia, puesto que no se bajó en el club ni en la radio, y continuó durmiendo en su asiento del micro”.
Dante Cena, que era el encargado de la puesta en escena de ‘La delegación’ nos dijo antes de salir hacia la radio: ‘Miren que los quiero aquí a las 18.30 para ensayo general, ¿eh?’. Mientras cantábamos, se había generado un clima hermoso entre los músicos que estábamos tocando en la radio, los operadores y la gente de la misma, que sin avisar, alguien trajo una cámara filmadora y comenzó a filmar todo lo que estaba aconteciendo en ese momento.
De pronto miré mi reloj: marcaba las 19.30 y pensé para mí: ‘Uhhh, Dante debe estar nervioso porque nos retrasamos’. Eran las 19.40 cuando ascendimos nuevamente al micro. Escuché una voz que no pude precisar de quién era, que le dijo al chico que manejaba: ‘¡Dale, dale, que llegamos tarde!’.
Al poner en marcha el Aklo, (tal era la marca del colectivo), de procedencia inglesa, muy antiguo y maltrecho, observé encendida en el tablero una luz roja, la que según después supe, indicaba falta de aire en el compresor que ente oras cosas activa los frenos neumáticos, ya que éste, se había descargado en su totalidad a través de los pulmones de freno averiados”, recuerda Tito en su libro.
“Llegamos a la esquina, donde debíamos girar a la izquierda para retomar la calle Buenos Aires, pero una camioneta mal estacionada, nos impidió la maniobra. Nuestro chófer, colocó entonces la trompa del vehículo en la bajada, trabando por precaución la rueda delantera derecha contra el cordón derecho de la vereda.
Luego, en reversa, intentó retroceder ese par de metros, pese a acelerar a pleno motor, no consiguió salir de la bocacalle que sería luego nuestra trampa mortal”. “El chófer no sabía que al final de esa bajada estaba el Paraná, que de día, se divisa claramente desde allí; pero había oscurecido y nuestra visión llegaba tan sólo, hasta donde alumbraban los faros del micro”.
“Obviamente, nadie, excepto el chófer, sabía de la falta de presión en el compresor”.
“Ante el apuro de los que conducían “La Delegación”, el mismo, creyendo que esa bajada se transformaría luego de unos metros en terreno llano, destrabó la rueda delantera para continuar la marcha por esa calle”.
“Ya en los primeros metros del recorrido, el micro fue tomando una aceleración inusitada, y la primera curva de la pendiente ya la tomó fuera de control, balanceándose hacia los costados”
¡¡¡Los frenos no funcionaban!!!
“Mis ojos iban fijados en los brazos del conductor ya que de ellos dependía mi vida!!! Como no sabía que debajo de la pendiente estaba el río, yo esperaba en cualquier momento el corte en la carne o la fractura en los huesos, ya que esperaba el impacto del vehículo sin control contra algo o el vuelco, pero jamás el agua”.
El pánico se generalizó: entre los gritos de los que estábamos dentro, recuerdo la voz de Ricardo repitiendo desesperadamente: “¡¡¡Éste colectivo no tiene frenos!!!” “¡¡¡Éste colectivo no tiene frenos!!!”.
“Un par de segundos antes de iniciar el vuelo por el aire, Scófano gritó: ‘Guarda que nos vamos al agua’. Zitto Segovia, que iba sentado en el apoyabrazos del asiento contiguo al mío, pasillo de por medio, me aturdió con otro grito desgarrador: ‘¡Jesús, yo no sé nadar!’. En tanto, la actitud de Carlos Miño, que estaba a mi lado, contrastó por lo serena, con el terror de los demás: abrió en el aire la ventanilla correspondiente a nuestro asiento, previendo quizás la necesidad de una vía de escape”, precisa el sobreviviente.
“La altura que verticalmente separó el punto en que nuestro micro abandonó la bajada, de la superficie del agua, era de aproximadamente 15 metros”.
“Hay que sumar a eso, la distancia que con que el impulso que traíamos, nos proyectó hacia el cauce del río”. “Decir 20 metros quizás sea quedarse corto”.
“Aspiré hondamente aire en mis pulmones, y una fracción de segundos antes de entrar en el túnel oscuro alcancé a ver que Carlos Miño, ya tenía medio cuerpo fuera de la ventanilla.
“El peso del motor inclinó la trompa del micro hacia abajo, haciendo que este cayera en zambullida vertical contra el agua. Al impactar, estalló el parabrisas y el agua irrumpió violentamente al interior, impidiendo a los choferes despegarse de sus asientos”.
“Actué rápidamente; no sé si por imitación o por inspiración divina: me tomé del parante de la ventanilla, esperé que Carlos terminara de salir y ya sin ver nada, intenté seguirlo. Sin mis anteojos y en plena oscuridad, no alcanzaba a divisar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de mis compañeros de infortunio, pidiendo auxilio.”
“Lo que entiendo que fue la succión del colectivo al hundirse, me impedía desprenderme de él. Recién cuando éste tocó el fondo del río, conseguí despegarme”.
“Sin saber nadar, braceando desesperadamente, y sin saber cómo, salí, al cabo de una eternidad, a la superficie”.
“Sin mis anteojos y en plena oscuridad, no alcanzaba a divisar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de mis compañeros de infortunio, pidiendo auxilio”.
Pensaba – ojalá que no me dé un calambre, ojalá que ninguno de los que están alrededor mío se me aferre, porque nos ahogaríamos los dos –.
“A lo único que atiné fue a conservar la calma; me lo repetía en silencio una y otra vez, consciente de que era preciso ahorrar energías y controlar el pánico”.
“Pese a todo, que mantenerse a flote, no era tan difícil como siempre pensé. En uno de los giros sobre mí mismo divisé lo que (según creí), eran las luces de la ciudad, o de la costanera: me pareció vertiginosa la velocidad con la que se desplazaban de derecha a izquierda”.
“Comprendí entonces que la corriente del canal me estaba arrastrando rápidamente río abajo”. “El río estaba inusitadamente encrespado esa noche”.
En un relato que llena de emociones continúa narrando que: “Atiné a gritar, tímidamente al principio, y luego con vigor: ¡socorro!, ¡auxilio! Un pescador lo escuchó y lo ayudó a salir de las aguas del bravío Paraná y señala que, “le grité ‘corré a auxiliar a los demás!’, creyendo que por haberme salvado a mí, tenía facultades para hacerlo con los otros”.
En su libro también menciona a los dos choferes que fallecieron y dedica un capítulo especial al bailarín “César “Puchi” González que se salvó de ese terrible accidente, pero un año después, peregrinando a Itatí junto a su madre, fue alcanzado por un rayo que puso fin a su vida.
Flores del alma
Años más tarde los referentes de nuestra música, Mario Bofill y Julián Zini hicieron un poema llamado “Flores del Alma” para aquellos chamameceros que ya no están y caló tan profundo en el sentir popular que ya es himno de homenaje.
“Musiquero que te fuiste
Por la senda azul del agua,
Corazon chamamecero
Que te volviste calandria
Aquí estamos tus amigos
Parados en la barranca,
Frente al remanso infinito,
Con estas flores del alma…”